Algunas consideraciones en torno a la Filosofía y el Arte

Por: Edgar Giovanni Rodríguez Cuberos
Fuente: www.konvergencias.blogspot.com (30.07.05)

“Si fuéramos capaces de asumir las experiencias del arte, los ideales que en él se expresan, hace tiempo que, gracias a ellos seríamos mejores. Pero el arte, desgraciadamente, sólo a través de la conmoción, de la catarsis, está en condiciones de capacitar al hombre para lo bueno. ” Andrei Tarkovski.

Resumen

Se problematizan desde una visión crítico hermenéutica algunos de los aspectos bajo los cuáles puede hablarse de una relación arte-filosofía. El objetivo es plantear un campo de estudio y de debate al respecto, dadas las implicaciones formativas de dicha relación dialéctica. Su función y manifestación en una sociedad mediática terminan por hacer parte del problema planteado.

Preliminares

Poder hablar acerca de la relación entre arte y filosofía resulta difícil e incluso arriesgado por lo que de innovador resulte aquello que se diga, pues la verdad, frente al tema, ya grandes cosas han surgido a lo largo de la historia del pensamiento. Cualquier discusión al respecto siempre genera acalorados debates que por su carácter, generalmente terminan siendo irresolubles. De tal suerte, las consideraciones que realizo a continuación, no son, ni pretenden alguna posición absoluta, como tampoco derivan de una rigurosa investigación. Son únicamente, palabras encajadas sobre la base de una experiencia que reconoce lo problemático y contradictorio del ámbito. En este sentido, se busca con este texto contribuir a ampliar el horizonte de indagación frente al tema y aportar algunas reflexiones personales que puedan dar origen a algunos puntos de anclaje para futuras críticas y discusiones, ya que la realidad así nos lo exige.

Por lo pronto para iniciar, podemos aceptar que Arte y Filosofía guardan en efecto una estrecha relación y que la pregunta por ésta misma nos aporte ya un llamado y un anuncio de su existencia. No obstante, la claridad que tenemos sobre ¿cómo se da esta relación?, ¿a través de qué mecanismos?, ¿bajo que condiciones específicas? ¿Cómo se manifiesta? Y ¿Cuál es su utilidad o función? entre otras preguntas, es tradicionalmente, un motivo de largas discusiones y un sin número de propuestas. Es válido entonces para comenzar, tratar de resolver con una somera caracterización, una manera en que sea posible hablar de arte desde una perspectiva filosófica. Para luego más adelante, poder abordar un punto que considero crucial y es el impacto socio-cultural del fenómeno artístico como elemento de reflexión filosófico antropológica. Lo cuál, a su vez, nos conducirá finalmente a considerar desde algunos ejemplos ¿cómo es posible pensar el arte?, ¿cuando el arte se piensa? y cuando esta mutua relación puede cambiar ciertas pautas de conducta social de los individuos de cara a un crecimiento humano.
Bajo qué condiciones es posible hablar de la relación filosofía – arte.

Hoy en día y de manera lamentable, la idea de arte atraviesa por una situación difícil dentro del imaginario de las personas. Para la gente del común, lo artístico se relaciona con una serie de actividades, hábitos y/o producciones que determinan incluso una posición social[i]. El terrible resultado de ello se perpetúa gracias a la posibilidad que tienen algunos pocos de sobreponerse a la realidad, asumiendo cierto tipo de solipsismo extravagante que en algunos casos sólo busca la justificación a una soledad vacía y excéntrica que, creo yo, nada tienen que ver con la esencia del arte.

Esta afirmación incluso también puede aplicarse a la filosofía, lo que de manera implícita nos da cuenta de la sobre posición que podemos darle a los términos en un afán ejemplificador de la crítica situación actual (antiestética – mediática). Pues bien, tanto arte como filosofía, se nos presentan en un ahora que se devela en la apreciación subjetiva que realizamos frente a nuestra propia realidad y que de alguna manera vamos estructurando en un posible inmediato futuro. La decisión entonces sobrecoge de inmediato a quienes todavía subsiste un “motor interno” de sensibilidad, pues si somos constructores de realidades a través de nuestras acciones, entonces ¿no serán acaso el arte y la filosofía, el pensamiento sensible e inteligible racional los que demarquen nuestros horizontes en el mundo?. Si nos detenemos por un segundo en este nivel del análisis es posible que las tradicionales preguntas e inquietudes por saber o tipificar ¿Qué es el arte? puedan replantearse por otras ¿Cuando y cómo el arte existe y sobretodo el para qué de sí mismo?. Cuando se pone en evidencia dichas cuestiones se pone en marcha también, el aparato sobre el cuál una estructura filosófica puede comenzar el proceso de indagación. Pero de nuevo, es fundamental llevar el nivel de la reflexión un paso más allá, para que lo que se diga sobre el tema pueda a su vez contener nuevas posibilidades de indagación productiva. Ya que es muy frecuente que las cuestiones de fondo se dejen ahogar en la tremenda complejidad de las definiciones y las tendencias de pensamiento que pueden pretender una exclusividad.

Sin que se trate de todas formas de rodear la cuestión, podemos aceptar para nuestros fines que el arte es intuición, tal como lo explica Groce[ii]. No es un fenómeno físico (no responde a cánones de precisión o de medida) por que lo físico es producto de una sería de fenómenos que escapan a nuestra experiencia (los átomos, moléculas etc.). El arte se realiza y tenemos fe de su existencia pero no podemos cuantificarlo físicamente. Lo percibimos, tenemos conciencia de él a través de otros mecanismos y de otro nivel de operación de nuestros sentidos. La percepción del arte requiere de una demanda profunda en nuestro pensamiento que indaga no sólo por nuestra cultura sino por nuestra sensibilidad hacia la obra misma, de lo que nos identifica como seres humanos. En este sentido, el nivel de percepción no involucra al arte con el sentido del placer en sentido estricto, pues la intuición nos lleva a sobreponernos frente a la obra y validarla como resultado de alguien que se atrevió a tener una vivencia artística, sin que tenga ésta que procurarnos o no placer. Por otro lado, la obra nos puede suscitar toda una serie de sensaciones (odio, pasión, repulsión etc) y ubicarnos en un plano donde sólo lo humano es posible.

Según Tarkovski[iii], el sentido de cualquier arte que no quiera ser “consumido” como una mercancía, consiste en explicar por sí mismo y a su entorno el sentido de la vida y de la existencia humana. Tal vez esto pueda sonar demasiado utópico pero es la síntesis misma de lo esencial que hay detrás de cualquier arte y de cualquier filosofía. Enfrentar al hombre a sí mismo a través de la representación, sugiere que la problematización lo lleva a niveles de pensamiento diferentes a los habituales, nos impone otros ritmos, otros escenarios, otras fuentes y distintas alternativas de comprensión; por lo que a su vez despliega nuestras capacidades al máximo. Este despliegue en últimas será el reflejo de nuestra condición y nuestro deseo permanente por abarcar la comprensión de la totalidad frente a lo cuál el arte se nos muestra (incluso como obra propia) mucho más poderoso, pues le somos insuficientes y nos reta una y otra vez. Esta dinámica implica que al hablar del arte, necesariamente pensemos en la recepción del mismo. El problema de la estética superaría las cuestiones sobre el gusto para ubicarse más en categorías de reflexión filosófica cercanas a la realización de jerarquías y movimientos del acto pensante.

Hasta aquí, podemos distinguir que en el arte como en cualquier comunicación existen dos caras de la moneda, dos formas de tener una experiencia artística: creador y receptor. Para el creador la experiencia del arte, puede tener unas significaciones subjetivas, plagadas generalmente de legitimidades y beneficios personales (místico). Para quien recibe la obra sus niveles de significancia lo llevan a encontrarse con el autor de la obra en ciertos aspectos o incluso a tomar posición frente a la producción por la falta de esta conexión, de esta intuición compartida sobre la realidad (Caso Botero).

Implicaciones culturales y demandas sociales del fenómeno artístico

La “elitización” del arte, nos remite a discutir el papel protagónico de lo artístico en nuestra sociedad actual, ya que si bien los movimientos de vanguardia han dejado de ser figurativos hace mucho tiempo y la representación de lo real trata de ser más coherente con la sensibilidad del artista, aún se concede cierta clase de impronta al genio. Es decir solo algunos “elegidos” son capaces de hacer arte y de que lo reconozcamos como tal.

Ahora bien, partiendo del supuesto de la sensibilidad como “motor” de lo artístico, es pertinente sugerir la siguiente cuestión ¿ Por qué tememos a la re – producción de esa sensibilidad en la expresión?. La respuesta puede surgir del análisis del problema generado desde lo formativo, en donde a través de la educación tradicional, lo artístico se nos ha vetado como herramienta porque: – “lo que nosotros hacíamos de niños no eran obras de arte”-

El reconocimiento de una obra de arte obedece según los teóricos y críticos, a la puesta en evidencia por parte del observador de la esencia y el sentimiento que tuvo el artista al plasmar su concepto de realidad bajo alguna técnica. Ahora bien, de ahí que lo artístico sea muy diferente a lo bello ya que de hecho nuestros movimientos internos tienden a ser más bien caóticos. Los estudios de psicología con base en los dibujos tienen amplias y reconocidas aplicaciones diagnósticas, lo que ratifica el papel del arte como forma de expresividad del sentimiento humano, como una semiosis de nuestro que – hacer en el mundo.

Una libre posición frente al hecho artístico, le permite al sujeto generar todo tipo de movimientos, de rupturas emocionales y cognoscitivas y como producto genera la más difícil de las obras de arte: una personalidad clara, crítica, creativa; en últimas lo que persigue cualquier sistema educativo. La génesis del valor y la configuración de la ética son entonces productos del trabajo sobre sí mismo, de la poética sobre la tragedia humana, el arte, mediante el cuál, la obra artística pasa a convertirse en vivencia y, por lo tanto, se presenta como expresión de la vida del hombre. O en palabras de Heidegger:

“Que el hombre se descubra como escritura equivalente a decir, ser hombre significa des-encubrir-se como signo ya él mismo, pues a través de ella des – cifra su ser y se descifra a sí mismo como acto: el de su propio develamiento como signo, es decir, como ser-venido-a-la-presencia y sólo de tal forma en mostración; la que, de suyo, parte así lo de-escribe”…

El Arte entonces, se dirige a todos. El arte es parte de todos. Y todos podemos de alguna manera trabajar por una poética personal de existencia. Una vida hecha y sentida como obra de arte. El primer paso es entonces tratar de recorrer en sentido pleno las obras. Tarkovski[iv] advierte en este sentido:

“El arte no quiere proponer inexorables argumentos racionales a las personas, sino trasmitirles una energía espiritual. Y en vez de una base de formación, lo que exige es una experiencia espiritual”.
Dos ejemplos concretos de creación y recepción filosófica del arte

A. En la plástica: Caso Magritte[v]

La obra de Rene Magritte por ejemplo, plantea de forma permanente e intencionada problemas de diferente orden en su trabajo. Estos problemas no sólo son la expresión de las diversas emociones del artista, sino también una invitación “abiertamente perversa” al espectador. De ahí que un trabajo de Magritte no sea por ninguna razón desatendido (incluso por el observador más distraído), ya que su trabajo busca desafiar el mundo y sus leyes naturales, provoca sensaciones extrañas, es irreverente frente a nuestra razón y que por encima de todo, como bien lo diría el artista “- lo importante es el pánico que provoca -”. Así, la mutua convertibilidad entre lo exterior y lo interior, entre los opuestos o los extremos, es una constante que domina los temas de Magritte.

En efecto, la observación de la obra (Elogio a la dialéctica, 1936) nos concede la experiencia necesaria para que podamos en cierto sentido, superar la idea que la intuición no es exclusivamente un conocimiento inmediato y que no puede operarse un método concreto sobre ella, sino que por el contrario es factible utilizar mediaciones que puedan bajo ciertas condiciones subjetivas asignarle a lo intuitivo su estatuto como método y que por lo tanto el conocimiento que alcancemos a través de él, sea complementario a otras formas más convencionales de obtenerlo[vi].

El “elogio” representa en su forma simple una estructura con una ventana que se referencia para el espectador como exterior, gracias a que el artista detalla al fondo un plano que se adivina como una especie de horizonte (océano) y que se esta delimitado a su vez, por el borde exterior de la construcción. En un primer plano se nos presenta una ventana abierta… comienza aquí para el observador una experiencia más cercana a lo que el filósofo nos invita. Es necesario en este punto asumir otra disposición de nuestros sentidos para comprender las dimensiones simbólicas a las cuáles nos estamos enfrentando, debido a que sorpresivamente la ventana abierta no deja ver una interioridad sino que remite de forma violenta a una (otra) exterioridad. Una exterioridad que es en últimas y al parecer “la intimidad de la construcción” porque se muestra a sí misma en un plano más general, permitiendo distinguir muchos más elementos y detalles bajo una mirada mucho más amplia de la realidad que la que se nos ofrecía en un principio, una realidad que era fácil, sin ornamentos.

En este sentido, el cuadro no podría explicarse bajo las categorías con las que nos aproximamos tradicionalmente a la realidad, incluso bajo las formas en que consideramos el arte, ya que,

Es relativo el conocimiento simbólico que por medio de conceptos preexistentes va de lo fijo a lo móvil, pero no el conocimiento intuitivo que se sitúa en lo móvil y adopta la vida misma de las cosas [vii].

Situarse en la movilidad e ir de alguna manera a su ritmo, sobrepasar, en palabras del filósofo, el estado de la experiencia para ir hasta las condiciones de la misma, suponen no sólo un esfuerzo, sino también una preparación, una especie de bautismo, de unción, de cambio de perspectiva y de esquemas mentales, en otras palabras, un nivel más complejo de sensibilidad que permita un retorno del hombre a las raíces mismas de sus formas de aprehensión y referencia, un modo maravilloso de habitar el universo. Estas condiciones de la experiencia no son generales ni abstractas; son las condiciones de la fuente y para ello es preciso multiplicar nuestros actos de intuición (Aprovechar al máximo la capacidad total de nuestros sentidos). Multiplicar estos actos de intuición, puede conducirnos a una comprensión absoluta de nuestras propios límites, a una comunión concreta entre nuestra historia y la forma como asumimos la vida misma.

El “elogio” da cuenta de un movimiento interno, refleja la necesidad de establecer que la situación mostrada debe plantearse en términos de tiempo y no de espacio para lograr su comprensión. La separación, el vacío existente entre lo que se nos deja ver a través de la ventana y la realidad de primer plano es la evidencia de lo que Bergson llamaría la duración, donde no es posible la distinción de un antes y un después sino la solidez de un tiempo que no permite anclajes efímeros sino que cambia en un absoluto integrado[viii].

La historia de los hombres, dice Bergson, es la historia de la constitución de los problemas, por lo tanto la toma de conciencia de esta actividad, es como la conquista de la misma, un paso grande a su resolución y el deseo humano por seguir resolviendo incógnitas. De ahí que la obra de Magritte, vele también por establecer un nivel de comunicación distinto entre el espectador y la realidad que se muestra, para llevarlo a la confrontación, para sugerirle aspectos problematizantes que implante nuevas posibilidades y no garantías.
B. En el cine: Héroe y la Casa de las dagas voladoras. Dir. Zhang Yimui

El cine es una paradoja que según Badiou, gira alrededor de la cuestión de la relación del ser y el aparecer. Es un arte ontológico. Millones de personas que aman una creación en el momento mismo en que aparece, son testigos y atestiguan lo que impacta de la obra cinematográfica. La simultaneidad de las imágenes, los mensajes, los colores y texturas, establecen la posibilidad de la multiplicidad inmediata de la obra. El cine, dice Badiou es difícil de sobrepasar como arte de masas. “El arte de masas es una relación paradojal. No es para nada una relación evidente. ¿Por qué? Porque la masa es una categoría políticamente activa mientras que el arte es una categoría aristocrática”.

El ejemplo citado por comodidad didáctica, establece de manera clara como una película puede reunir varios elementos artísticos y una gran capacidad de afectación en quienes la perciben. Sin embargo e incluso en el cine, los mensajes encriptados, codificados en la amalgama fulgurante de colores, pueden perderse para un ojo que, como órgano mediático no ha logrado acostumbrarse a lo múltiple. Un diálogo cargado de símbolos literarios puede ahogarse en la tensión de una situación inmediata o anterior. Llegando a la conclusión frustrante como espectadores de “Tengo que verla otra vez” ó “Me perdí esa escena”.

La riqueza visual de filmes como los citados, colocan a nuestros sentidos a debatirse en la percepción de lo puramente fulgurante, la danza, el color, las formas, la música etc con la percepción de la historia, el resultado es una agradable sensación de complejidad, una invitación a hacer uso de nuestras capacidades perceptivas en orden a estimular todo nuestro ser en función de la comprensión.

De nuevo, volviendo a las implicaciones de la educación particular, ésta hace que el arte siga siendo una categoría aristocrática mientras que masa es una categoría democrática. Entonces arte de masas es una relación paradojal entre un elemento democrático puro y un elemento aristocrático histórico. De lo que deriva que las posibles significaciones subjetivas tengan a diferencia de otras experiencias artísticas de carácter más personal, la dificultad de verse siempre en desventaja. Desventaja en cuanto a su estatuto y desventaja en la validez de lo que ellas mismas expresan. Es decir, el cine se debate siempre entre ser arte y no arte. Es la magia de la imagen, la penetrabilidad inmediata de las conciencias, la posibilidad de contener lo multimedial en una ¿armonía? que afecta nuestro espíritu y que tienen un alcance formidable.

4. Conclusiones

La creación artística y la recepción de la obra implican desde la perspectiva que abordamos una entrega de sí mismo. El núcleo de la condición “sí mismo” esta definida en gran parte por la llamada capacidad de atestación. Es decir, en la capacidad expresada en la confianza y la creencia con la que el sujeto se autoafirma: yo soy (doy cuenta de mis acciones). En términos de la relación arte-filosofía, esto se traduce en la capacidad que podemos desarrollar en tanto seamos capaces de crear/percibir la obra responsablemente y derivado de ello, de estar en capacidad de argumentar desde la acción que cognitivamente estas acciones nos dictan (se dice algo sobre la obra; se narra algo sobre la obra; se hace algo desde la obra).

Esta decisión demarca para el sujeto el paso reiterativo de la potencia al acto, es decir, condiciona y posibilita un efecto, una multiplicidad de consecuencias. Así, el “sí mismo” decide arriesgarse en el fenómeno artístico y se debate entonces entre el movimiento que le sugieren las obras e incluso también el reposo al que lo pueden llevar.

Literatura Consultada

Badiou Alain. El cine como experimentación filosófica. Revista Lote. Diciembre 2003 – Año VII – Número 77.http://www.revistalote.com.ar

Edgar Giovanni Rodríguez Cuberos es Profesor Ocasional Departamento Ciencias Sociales Universidad Pedagógica Nacional – Estudiante de Nivelación, Maestría en Filosofía. Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.

[i] Según Barbero (1995), inscribir el arte en la cultura significa, por paradójico que parezca, romper con aquella concepción largamente dominante que identificó la cultura con el arte, pues esa identificación redujo la cultura a un determinado y exclusivo tipo de prácticas de elite y productos valorados únicamente por su calidad, juzgada por algunas minorías “entendidas”. Inscribir el arte en la cultura implicará para Barbero cambiar el eje de la mirada para enfocar el arte no desde su capacidad de diferenciar las clases sociales sino desde su capacidad de significar: Esto es, de permitirnos auscultar los signos que iluminan el opaco y contradictorio vivir de una sociedad, de descifrar las secretas corrientes que la irrigan y la dinamizan.

[ii] CROCE Benedetto. ¿Qué es el arte? Lección primera del Breviario de Estética, editado en la Colección Austral, primera edición 1938.

[iii] TARKOVSKI Andrei. El arte como ansia de lo ideal. Señal que cabalgamos. 2003. Año 2. No. 30. 32 p.

[iv] Ibidem p. 13.

[v] El estudio completo puede encontrarse en: Rodríguez Edgar G. 2004. FilosofArte. Un ejemplo de interpretación coadayuvada desde Bergson y Magritte. Artículo publicado en la Revista Arte, Individuo y Sociedad. MUPAI. Universidad Complutense de Madrid. Vol 16: 197 – 208. 2004. http://revistas.sim.ucm.es:2004/bba/ 11315598/articulos/aris0404110197a.pdf

[vi] Precisamente seria éste uno de los grandes problemas que Bergson tendría que resolver al proponer su método intuitivo. Cfr.Bergson H. Memoria y Vida. Ediciones Altaya. Barcelona. 1995. Pag.23.

[vii] Bergson H. 1995. Memoria y Vida. Ediciones Altaya. Barcelona. Pág.45.

[viii] Las cosas no duran como nosotros, al menos debe haber en ellas alguna razón incomprensible que hace que los fenómenos parezcan sucederse unos a otros y no desarrollarse todos a la vez, el movimiento que se plantea implica una condición psicológica en donde el sujeto también sea conciente de su propia duración, esto se hace evidente cuando la obra de arte se aprecia en toda su extensión y significado y no como una pura exterioridad, en otras palabras, se le asigna un sentido en un todo luego de atravesar el asombro en la misma experiencia.

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