Folklore como concepto ontológico / Folklore como concepto gnoseológico

Fuente: www.biblioteca.org/ar

El concepto de folklore, tal como salió de manos de quien acuñó el propio término, como neologismo creado a partir de las palabras anglosajonas Folk («pueblo») y Lore («sabiduría», acaso enseñanza, vinculada por algunos con el alemán Lehre), quería sustituir a lo que, en Inglaterra, venían llamándose Antigüedades populares o literatura popular («aunque sea más un saber tradicional que una Literatura y pueda describirse con mayor propiedad, con una buena palabra compuesta anglosajona, Folk-Lore, esto es, el saber tradicional del pueblo, decía William John Thoms, con el pseudónimo de Ambrosio Martin, en su carta, titulada «Floklore», publicada en el nº 982 de la revista Athenaeum de 22 de agosto de 1846). Pero es evidente que se trataba de algo más que una sustitución de términos, porque el folklorista no se concibió ya desde el principio como un anticuario. Sin duda, muchas antigüedades podrían ser incluidas en la esfera del nuevo concepto de folklore, y de ahí la intersección del campo de este concepto con el concepto que Tylor, en La Cultura Primitiva, designó como «supervivencias» culturales (survivals). Pero, evidentemente, aunque en extensión puedan parcialmente coincidir los contenidos folklóricos y las supervivencias (parcialmente, puesto que hay muchos contenidos folklóricos que no pueden, sin más, ser considerados supervivencias y hay supervivencias, en el sentido de Tylor, por ejemplo la supervivencia de la anciana tejedora de Somersetshire que no quiso «adaptarse» a la lanzadera de volante, que no coinciden en definición. La definición originaria de Thoms («saber tradicional del pueblo») es, por otra parte, tan amplia en denotación que tampoco permite por sí misma decidir, por ejemplo, si este saber tradicional del pueblo debe entenderse restringido a los pueblos europeos, civilizados, o bien si debe extenderse a los pueblos naturales o primitivos, como quería el P. W. Schmidt, que encontraba totalmente injustificado el hacer semejante distinción. Y con razón, si no se dan otras determinaciones del concepto. Lo malo es que, de no darse estas determinaciones del concepto, el concepto de folklore, al ampliarse, se desvirtúa, puesto que al hacerse coextensivo con «el saber tradicional de cualquiera de los pueblos» y, además, al dejar indeterminado el alcance de ese «saber tradicional», el concepto se confunde prácticamente con el concepto antropológico de «cultura», en el sentido precisamente de Tylor [406].

Sin duda, Thoms apuntaba a otro concepto objetivo, menos extenso que el concepto global de Tylor. Y los límites de esa objetividad, puesto que no pueden deducirse de la definición, sólo podrán fundarse en las aplicaciones o usos que, de hecho, hayan prevalecido. De la definición de Thoms, sin embargo, podemos extraer un componente implícito muy significativo para nosotros: que la «sabiduría tradicional de un pueblo» está aquí conceptualizada, desde luego, desde una perspectiva emic, y emic subjetual. El folklore es «lo que sabe el pueblo», «los saberes del pueblo», y estos saberes, sin duda, no han de entenderse en el sentido de un saber abstracto, científico, sino en el sentido de un saber concreto (el saber propio del sabio que es catador o probador de vinos o sabores de los alimentos), el saber de leyendas, generalmente ligadas al lugar, el saber danzar en fiestas, &c. Todo esto habrá que tomarlo, ante todo, desde el punto de vista emic del propio pueblo (folklore en su sentido material u ontológico), un paralelo inglés del Volkgeist alemán en el momento de reproducirlo). Pero esta reproducción operatoria tiene un momento tecnológico o artístico (como cuando una vieja danza popular es «recuperada» por un cuerpo de actores) y tiene un momento gnoseológico (el que tiene el Folklore cuando se considera como disciplina o parte de la Antropología). La recuperación tecnológica (artística, musical, teatral, literaria) se encuentra aquí en una situación muy ambigua. No puede, sin más, considerarse como una mera aplicación de la «reconstrucción científica» (y esto aun en el caso de que los actores hayan recibido asesoramiento del antropólogo-folklorista), puesto que esa reconstrucción puede estar basada en la misma imitación directa de danzas aldeanas a punto de extinguirse; incluso son los propios aldeanos, y no ya como supervivencia, sino como re-nacimiento, los que reproducen la danza en el escenario del teatro de la ciudad y, en este caso, la reproducción emic llega a su límite, pues la distinción entre la danza popular y la danza reconstruida sólo procede de criterios que parecen «externos», tomados del lugar donde se ejecuta la danza o de la instalación en la que tiene lugar la ceremonia. Criterios que, sin embargo, no podían ser llamados externos desde la perspectiva emic, por ejemplo, en el caso de una danza ceremonial que incluye un contexto propio. Una misa católica solemne reproducida con la mayor fidelidad posible en el teatro de la ópera no podría considerarse como una reconstrucción emic plena, sino como una mera parodia etic: al faltar la consagración del pan y del vino y la transustanciación consiguiente, la reconstrucción etic habría que considerarla como una blasfemia, precisamente porque emic la misa católica no es en lo esencial un contenido cultural, sino un proceso sobre-natural y sobre-cultural, un milagro.

Pero hay otra característica que puede ser deducida de la misma dualidad a la que ya hemos aludido, y que el concepto de folklore de Thoms implica desde su principio: la dualidad entre el sentido material (ontológico) y el sentido lógico (gnoseológico) del folklore, una dualidad paralela a la que corresponde a otros conceptos, el más conocido el de «Historia», en tanto éste significa tanto las gestas como la narración científica de las mismas. Algunos expresan esta diferencia utilizando la minúscula y la mayúscula: Historia/historia y Folklore/folklore. Pero así como la historia y la Historia difícilmente podrían, sin más, considerarse como dos entidades independientes, así tampoco cabe considerar el Folklore y el folklore como dos procesos independientes. De hecho, Thoms introdujo el término en un contexto más bien gnoseológico, propio del «hombre de letras», entendido en tradiciones antiguas, que escribe en revistas científicas y que, precisamente, no quiere ser un «anticuario», pero con referencia a una realidad material, el saber tradicional, el folklore. De otro modo: el folklore por el cual se interesaba Thoms es el que puede incorporarse al Folklore; una incorporación que ha de incluir por de pronto una perspectiva emic, pero que no excluye, en el Folklore, la perspectiva etic.

En el uso originario que Thoms hace de su neologismo constatamos, por tanto, que el folklore (en su sentido material) aparece, ante todo, como aquello que es reconstruido (en el Folklore). Es cierto que esta reconstrucción, entendida en su sentido científico, antropológico, podrá afectar a cualquier contenido de cualquier pueblo o cultura, tal como quería W. Schmidt. Pero, si tenemos en cuenta el momento tecnológico o artístico de las reconstrucciones, tal como las hemos expuesto, nos inclinaríamos a concluir que lo que reconstruimos es propiamente ciertos saberes tradicionales del pueblo, pero no tomado en general, sino del pueblo que, de algún modo, permanece en el entorno de la ciudad misma (en España diríamos hoy: en el recinto de cada Autonomía) en la que se publican las revistas de Folklore. {N&E 109-112 / → BS15 15-28}

Folklore desde el materialismo filosófico

Ateniéndonos al proceder de Thoms y muchos de sus sucesores, podemos intentar introducir una distinción objetiva por medio de la cual mostrar no ya la «intención subjetiva» de su definición, sino de una posible re-definición del concepto objetivo que, además, se ajustaría mejor que cualquier otra al uso más habitual del término folklore. No se trata, pues, de ofrecer una definición estipulativa, enteramente gratuita, del término folklore, sino de hacer evidente la disyuntiva siguiente: o el término folklore no se puede poner en correspondencia con ningún concepto objetivo claro y distinto, diferenciado de la cultura en absoluta generalidad, o bien se le puede poner en correspondencia con algún concepto objetivo, al menos en lo que se refiere al núcleo o primer analogado, y según una correspondencia que, de hecho, podrá verse realizada, al menos aproximativamente, por el uso efectivo del término en la gran mayoría de quienes lo emplean. Suponemos, en efecto, que el concepto de «sabiduría tradicional de un pueblo» ha de entenderse, no en relación a un conjunto 0 de premisas, sino en relación a unas premisas que establezcan la posibilidad de distinguir, en alguna cultura históricamente desarrollada (y desarrollada al nivel en el que se da ya la ciencia), dos estadios mejor o peor diferenciados:

(1) El estadio En(i), es decir, el estadio n de la cultura de un pueblo (i); estadio que puede ser homogéneo, en algunos aspectos, al de otros pueblos: En(j), En(k), &c.

(2) El estadio En+m(i) como estadio posterior, algunos dirían superior, pero que bastará entender como un orden distinto del En, aunque no sea más que porque en él, las culturas En(i), En(j), En(k) entran como unidades de un sistema más complejo.

Supuesta esta diferenciación, el concepto de Folklore se dibujaría en el contexto de la reconstrucción emic objetiva, desde un etica envolvente (por cuanto ahora las categorías etica se supone que se alimentan de un sustrato cultural común al de las formas reconstruidas), de determinados contenidos culturales En(k) desde En+m(k), de tal suerte que esta reconstrucción respeta de algún modo el orden emic que En(k) mantiene en relación con el orden En+m(k). Este respeto (que es etic) tiene mucho de la ficción que corresponde al Museo o incluso al Teatro (aunque el tipo de reproducción de que hablamos no sea la museística, ni la teatral, sino una suerte de combinación de ambas). Pues lo que se reconstruye, se reconstruye, no como perteneciente a la normatividad del presente En+m(k), pero sí como una normalización propia de un estadio anterior pero subsistente o recuperable. Cronológicamente se diría: «más antiguo»; pero esto es incorrecto, puesto que precisamente la reconstrucción confiere la actualidad de su reviviscencia, a la manera como en el Museo, el hacha paleolítica de silex recibe su coeficiente de actualidad de «contenidos de la vitrina». Cuando se intenta diferenciar a los contenidos folklóricos de las estructuras del presente, diciendo que éstas son institucionales y aquéllos no, se dice algo erróneo, puesto que una ceremonia folklórica es también una institución; pero se dice con un fundamento, a saber, el que se apoya en la diferencia que media entre una institución del nivel En(k) y una institución del nivel En(k+1). Y cuando se subraya el carácter anónimo de los contenidos folklóricos (frente a las obras firmadas por artistas o sabios históricos), también se hablaría con un cierto fundamento: pues lo que se pone en el estadio En(k) es precisamente lo que se revive como anónimo, por ser propio de un pueblo en general, aunque, de hecho, los contenidos de esas formas folklóricas reconstruidas, tengan un autor actual conocido, pero cuyo conocimiento resulta irrelevante precisamente cuando la obra ha pasado al nivel folklórico (cabría citar como ejemplo los versos del Martín Fierro respecto del pueblo argentino).

De este modo, el folklore viene a ser un concepto intrínsecamente práctico que aparece en el «salto diferencial» entre una cultura presente y la cultura arcaica que desde el presente no se quiere perder (por motivos que ya no son científicos, sino políticos, económicos, &c.).

El criterio expuesto explicaría las dificultades que algunos advierten a propósito de la restricción del folklore a las «sociedades civilizadas» (si ponemos la civilización en el orden En+m(i)). Pues es evidente que el orden En(i) termina remitiéndonos a un plano en el que cabrá dibujar a los pueblos naturales, no «civilizados», y en este sentido aparecen justificadas las propuestas ampliativas de W. Schmidt. Pero si introducimos la restricción propuesta por nosotros, advertiremos cómo el folklore incluye la presencia en la civilización de ciertas fases previas sobre las que ésta se asienta, un concepto relacional, por tanto, que se desdibujaría poniendo en el mismo plano la reconstrucción de cualquiera de los contenidos culturales de los pueblos.

Y es que la reconstrucción museístico-teatral de la sabiduría tradicional sólo es posible cuando va referida a ciertos contenidos culturales y no a todos. No es fácil determinar cuáles, pero me parece evidente que nadie consideraría como material folklórico una danza de pueblos «salvajes» (por más que en el contexto diplomático y turístico, las diferencias tiendan a desaparecer), o una batalla real entre tribus. Y todos ellos son, sin embargo, materiales etnológicos. Sugerir que el folklore se atiene a contenidos superestructurales y no básicos (en el sentido marxista convencional) es sugerir demasiado, porque tampoco el Derecho o los rituales religiosos o chamánicos son propiamente folklóricos (nadie que vive las procesiones andaluzas de Semana Santa las considera folklóricas, puesto que son contenidos actuales y reales del culto a la Virgen María).

Por nuestra parte, proponemos el siguiente criterio: serían folklóricos aquellos materiales que puedan ser referidos a la conducta corpórea (b2) de los individuos o grupos de individuos, a esa conducta que es la que resulta ser reproducible desde una praxis más compleja (por ejemplo, la del actor teatral). Por lo menos aquí podría ponerse el núcleo, o primer analogado, de los contenidos folklóricos. No serían, según este criterio, contenidos folklóricos, los sistemas antiguos, o arcaicos, o básicos, de tallado de hachas de silex, de caza al acoso, de cultivo de la tierra con arado romano, o una ceremonia religiosa. Pero sería folklórico un cuento (no ya tanto por su contenido literario, por cuanto tenga que ver con la conducta del narrar de un anciano), o una danza, o la lengua vernácula de las aldeas utilizada por el habitante de la ciudad, en funciones de Salicio o Nemoroso.

Según el criterio que estamos intentando delimitar, el núcleo, o primer analogado del folklore, en su sentido material u objetivo, sería el de la reconstrucción o mantenimiento de contenidos conceptualesb2 (principalmente ceremoniales) tomados desde una perspectiva emic, dados en los estratos antiguos o arcaicos de la cultura de un pueblo determinado, situado en un nivel En+m(k). En principio, estos contenidos podrían ser de cualquier género y condición. Sin embargo, la selección que de un modo más o menos convencional ha consolidado su camino (danza, leyendas, cuentos, cantos populares, juegos, costumbres) y sugiere que existen motivaciones ideológicas, políticas o económicas (más allá de las meramente estéticas o científicas) y que éstas tienen que ver con la voluntad de subrayar ciertos rasgos simbólicos (llamados a veces «señas de identidad», como si la identidad fuese algo metafísicamente subyacente y no más bien el mismo resultado del refuerzo, en el sentido de Skinner, folklórico) atribuidos al pueblo de referencia, en tanto mantiene una competencia con otros pueblos vecinos.

En cuanto al Folklore, en su sentido gnoseológico, es evidente que ahora la disciplina emic no puede ser ya el único criterio de reconstrucción y de interpretación; pues ahora ya no se tratará tanto del mantenimiento o reproducción de determinadas instituciones o ceremonias en el plano fenoménico, sino del análisis de las mismas, de su comparación con otras, y esto al margen del interés o desinterés por su perpetuación. Pero reiteramos la tesis de que la transición al terreno práctico (la voluntad de perpetuación de los contenidos seleccionados), es decir, en el lenguaje platónico, la conexión entre las esencias y los fenómenos, es una tarea que tiene que incorporar a estos fenómenos y, por tanto, al conflicto entre las diferentes perspectivas emic de los distintos pueblos y culturas. En consecuencia, no nos parece que pueda decirse que estamos ante procesos susceptibles de ser considerados como meramente científicos, en tanto que va resultando que la oposición emic/etic tiene lugar en el ámbito de la misma confluencia, muchas veces turbulenta, de las diferentes culturas, cuando éstas quieren mantenerse en pie de igualdad. {N&E 112-116}

3 respuestas

  1. muy mal porque no entiendo

  2. […] Folklore como concepto ontológico   /gnoseológico […]

Deja un comentario