Comunismo, una palabra a proteger

Por: Andrés G. Pardeiro
Fuente: http://www.humanite-en-español.com (29.08.08)

“Un día la misma palabra brilla con una gran esperanza y otro día con rayos de muerte”, escribió Vaclav Havel. De esta manera se refería al “comunismo”. La cuestión que se nos plantea hoy es la siguiente: ¿es cierto a la inversa? ¿Se podría decir que si la primera frase parece para algunos castigar definitivamente la epopeya comunista del Siglo XX, la segunda podría iniciar una perspectiva realista para el siglo XXI? En ese caso, el abandono de la palabra no sería más que un oportunismo adelantado de un error político.

Una palabra que sufre su pasado

En realidad nadie ha afirmado nunca ni en ninguna parte haber construido el comunismo. Se representaba de una manera secuencial en la historia encadenando: feudalismo-capitalismo-socialismo-comunismo sobre la base de un materialismo histórico de pretensión científica. Si esta visión se materializó efectivamente en el conjunto de los países propios del “socialismo real”, el movimiento comunista nunca ha formado un conjunto homogéneo ni en su momento más glorioso ni en su decadencia. Solo ha seguido existiendo en formaciones políticas desvirtuadas o marginalizadas y generalmente desacreditadas. Así pues, para restringirse al Partido Comunista Francés (PCF), las funciones de identidad que le reconocía Georges Lavau (periodista, profesor, a las cuales he añadido: teórico) se desconcharon con el paso del tiempo para no dejar mas que un grupo desordenado y sin ideas.

Sin embargo, se puede reconocer al movimiento comunista una innovación importante: el rechazo de la fatalidad de la explotación capitalista, una postura prometeica para el futuro. A Marx le debemos una síntesis magistral de los primeros análisis de los economistas clásicos, una presentación pedagógica del valor, una clara definición de la fuerza del trabajo, una exposición profunda de los mecanismos de la acumulación del capital y la explotación capitalista hecha posible por la propiedad privada del capital. Si bien algunas de estas categorías no corresponden con las concepciones de origen, no se podría negar que guardan, sobre una base ampliada, una gran relación. La contribución de los economistas del Partido Comunista Francés (PCF) fue especialmente interesante con la caracterización de la fase del capitalismo monopolista de Estado (CME) y el mecanismo de sobreacumulación- infravaloración como versión moderna de la tendencia a la baja de la tasa de beneficio.

Sin embargo lo que se pidió del comunismo alimentó una concepción criminal del poder político. Ciertamente, no perdemos de vista el papel positivo desempeñado por los comunistas en los combates principales del siglo pasado contra el nazismo y el colonialismo, en las actividades de las reivindicaciones para el progreso social, la ayuda a los más necesitados, la gestión municipal. Pero la concepción leninista de conquista del poder estaba basada en una sucesión de sofismas que la vida se encargo de suprimir: los intereses del pueblo llevados por la clase obrera conducida por su vanguardia revolucionaria, el Partido comunista dirigido por un célebre colectivo por poseer competencia y lucidez. Esta construcción dogmática (dictadura del proletariado, vanguardia revolucionaria, centralismo democrático) alimentaba un mesianismo fundando la legitimidad de direcciones autocráticas. En tales condiciones, el nuevo hombre, el ciudadano de los tiempos modernos, no podía surgir.

El “en-común” a la orden del día

La paradoja es que las experiencias que se pidieron del comunismo se hundieron en el momento mismo en que se confirma la comunidad de destino del género humano con una intensidad sin precedentes en su historia. Es la consecuencia en primer lugar de las evoluciones que se producen en su base material. Hay por supuesto la globalización del capital que implica la de la explotación capitalista a una escala desconocida hasta ahora. Pero hay también la experiencia muy reciente de los recursos limitados del planeta que alimenta la exigencia de una reflexión inédita sobre su supervivencia. Mencionemos también otros elementos que participan en esta globalización: la cooperación cultural y científica, el desarrollo de Internet, la proliferación de miles de ONG, la importancia creciente del derecho internacional, etc. Nuevas solidaridades que se forman para tratar y solucionar grandes cuestiones como la solución pacífica de conflictos, la lucha contra el hambre, las catástrofes naturales, las epidemias, etc.

La generalización de los problemas suscita una reflexión sobre la producción conjunta de valores a vocación universal a partir de las singularidades de los Estados-nación. Es en este movimiento de convergencia-diferenciación que pueden progresivamente forjarse las dimensiones transnacionales de las ciudadanías hoy a base esencialmente nacional. La ideología de los derechos humanos que invadió la esfera que ocupaban anteriormente las grandes ideologías mesiánicas son una manifestación positiva, pero es insuficiente ya que no produce sentido o razón. Como lo destaca Marcel Gauchet, la ideología de los derechos humanos funcionando sobre la base de la indignación espontánea inmediata, combinada al poder mediático, se inscribe en una autorregulación de los informes sociales que no es análoga con la del mercado en la esfera económica; analiza la llegada de la democracia en un movimiento multisecular de liberación religiosa donde las experiencias comunistas no supieron, ellas mismas, protegerse.

El siglo que se inicia podría así dar sentido a un concepto de interés general que tomaría apoyo sobre la globalización de las bases materiales y la convergencia de los valores. Así pues, contra el desarrollo capitalista desigual y la exacerbación de las relaciones de fuerzas, la gestión de los recursos naturales del suelo y del subsuelo, numerosas actividades de producción y servicios, distintas cooperaciones administrativas, científicas y culturales deberían constituir el “en-común” definido con una determinada precisión, justificando servicios públicos organizados a nivel internacional, o incluso mundial. Conceptos como las de “patrimonio común de la humanidad”, de “destino universal de los bienes” podrían hacer del siglo XXI la “edad de oro” de los servicios públicos. Comunismo: una palabra de futuro.

¿Cómo pasar del prometeico siglo XX a la nueva civilización de “en-común”? La situación actual es de transición, de descomposición social profunda caracterizada por una pérdida de señales que explican distintas causas: relativización de los Estados-nación, desnaturalización del concepto de clase, revoluciones espaciales, evolución rápida de las costumbres y – quizá sobre todo – hundimiento de las grandes ideologías mesiánicas. Ahora bien, para analizar el presente y explorar el futuro, sólo disponemos de las herramientas intelectuales del pasado. Numerosas investigaciones especializadas existen, pero no constituyen, por el momento, un corpus teórico operacional. Entender la naturaleza del momento histórico en el que nos encontramos, las contradicciones que se asientan en la descomposición, son el medio a la vez de conjurar la llegada de monstruos y de preparar las mejores condiciones de las inversiones progresistas.

La crisis social presenta la ventaja particular, en contradicción con el período anterior, de devolver la responsabilidad política hacia el individuo, mientras que, hasta ahora, la delegación de poder era la forma más generalizada de ejercicio de la ciudadanía. A partir de ahora es el turno del ciudadano que vuelve de nuevo, en un mundo complejo y poco inteligible, de expresar elecciones que lo definen como sujeto de derecho y protagonista político, de dotarse de lo que se podría considerar como un verdadero “genoma de ciudadanía”. Mientras que el movimiento comunista pretendía en el siglo pasado que se dedujera el “nuevo hombre” de su problemática, la cuestión que se planteará a partir de las afirmaciones individuales de las ciudadanas y ciudadanos serán más bien saber cómo lograr de los múltiples compromisos individuales los eficaces caracteres centrales que permitan la llegada de un “en-común” anhelado que podría decirse “comunismo”. Antes de toda construcción global, una primera respuesta podría consistir en definir bien algunas de las cuestiones fundamentales anteriormente mencionadas y en comprometer sobre esta base los trabajos que implican.

Si el movimiento comunista del Siglo XX ha estado cargado de errores y graves faltas, también se ha caracterizado por la abnegación y el valor de innumerables comunistas que, en cualquier caso, merecen el respeto. Conviene sacar las conclusiones de la experiencia del siglo pasado y proseguir la reflexión en las condiciones de la nueva era. La convicción expresada y la hipótesis hecha aquí es que ninguna otra palabra podrá mejor que “comunismo” decir al siglo XXI la primacía de la razón y la esperanza en el género humano. En estos tiempos ingratos, es necesario pues protegerla.

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